lunes, 27 de agosto de 2012

El Relojero (IX)

¡Hola a todos! Hoy sí que vengo a tiempo con la novena entrega del Relojero. La semana pasada dejé a Marco en aparentes problemas ¿no creéis? Si queréis enteraros de lo que le ha ocurrido, seguir leyendo.
Si no conocéis el Relojero, empezar por el principio.
Y ya sabéis, comentar y compartir que para vosotros es sólo un click y para mí significa un montón.


El Relojero

Mi cabeza se golpeó contra la acera y un agudo dolor en ella me recorrió todo el cuerpo. Delante de mí estaba ella, la misma chica que me había intentado robar el reloj noches atrás, era tal y como la recordaba, enfundada en su traje negro ajustado. Se había sentado a horcajadas sobre mí y le podía ver la piel blanca y los ojos ambarinos, su cabello de color miel me rozaba la cara. Olía a limón y orégano.

Sacó de su cinturón el mismo ázame que me había lanzado noches atrás y éste brilló al recibir la luz del amanecer. Mis músculos estaban agotados del ejercicio que había hecho pero se tensaron rápidamente.
Levanté el brazo y agarré su muñeca, retorciéndosela. Su mano siguió forcejeando conmigo pese al dolor que debía estar sufriendo.
—¿Dónde está el Relojero? —preguntó hablando entre dientes.

Continué haciendo presión en su muñeca sin contestar, me removí debajo de ella y gracias a mi peso nos di la vuelta, haciendo que quedara boca arriba. Puse mis rodillas sobre sus codos, impidiendo que sus brazos quedaran libres y me hice con el ázame. Lo equilibré en mi mano.
—Con esto puedes hacer daño a alguien —me burlé.
—Eso es precisamente lo que quiero —contestó.
—Pues siento decirte que no va a ser posible.
La chica me escupió a los ojos con enfado y aprovechó el momento de confusión para liberar sus brazos y empujarme. Me limpié y volví a ponerme en pie.

Ella me atacó de frente, levantó su pierna para darme una patada pero la detuve agarrando su tobillo con mi mano. Aprovechando esa posición, levantó todo su peso y dio una vuelta sobre sí misma, acertándome en la cara con su pie libre. La solté y ambos caímos al suelo.
El olor y sabor acerado de mi sangre me rodeó, y sentí que todo daba vueltas a mi alrededor, miré hacia la chica y las imágenes se multiplicaban con el color difuminado y borroso. Entrecerré los ojos para enfocar y recibí otro golpe, esta vez un puñetazo en plena mandíbula. Caí al suelo malherido y la luz fue desapareciendo hasta dejarme en la más completa oscuridad.


Sentía la rigidez de mis brazos y de mis piernas, un tacto rasposo cubría mis tobillos y muñecas, comenzaba a recuperar la consciencia y a darme cuenta del problema en el que estaba. Sentía que la cabeza estaba a punto de estallarme, con un agudo dolor en la frente; me daba la sensación de haber comido tierra porque el sabor que tenía mi boca era arenoso, y sentía la piel tirante y sucia de sangre y polvo.
Estaba atado de pies y manos sobre una silla, sólo se escuchaba un murmullo de voces lejanas y el repiqueteo de una gota de agua chocando con un charco. Fui abriendo los ojos sintiendo un dolor indescriptible en las sienes, me dio la sensación de poder partirme en dos en ese mismo instante.

Me encontraba en una sala que parecía ser un almacén, había cajas apiladas por todos lados de aspecto viejo y destartalado. El aire estaba viciado con un humo muy sutil y hacía un calor apabullante que mantenía mi cuerpo empapado de sudor. Las únicas ventanas del almacén estaban tapiadas con tablones de madera que sólo dejaban pasar unos pequeños rayos de sol que bastaban para iluminar tenuemente la habitación.

Hice un esfuerzo para entender algo de los murmullos que había al otro lado de la puerta. Sólo alcancé a saber que se trataba de una chica y una voz masculina que parecían estar discutiendo entre sí por lo agitada que estaba la conversación.
Cuando me rendí en mi intento de espiar, comencé a hacer fuerza con las manos hacia dos lados contrarios, únicamente consiguiendo que las cuerdas se clavaran más en mis muñecas. Sentí que un hilo de sangre caliente se deslizaba por mi mano. Barajé mis opciones y supe que si no lograba salir de esa silla, iba a estar en grandes problemas por lo que me balanceé en la silla, tirándome al suelo con la mala suerte de crear un gran estruendo sin lograr romper el asiento.

Maldije mi mala suerte al tiempo que la puerta se abría, dando paso a la chica rubia de ojos ambarinos. Ella me observó de hito en hito con una sonrisa de satisfacción, al llegar a donde me encontraba se agachó y me tocó el pelo.
—Bueno, Marco, si has dejado de hacer el tonto, podemos empezar nuestra pequeña charlita.
Su mirada era espeluznante por lo vacía e inexpresiva que estaba. Quise preguntar cómo sabía mi nombre pero era una pérdida de tiempo puesto que con un simple vistazo a mi DNI podía descubrirlo. Tragué saliva, nervioso, al verme en manos de la persona que quería asesinarme.

—¿Quién eres?
—Estás atado y tirado en el suelo ¿crees que estás en condiciones de hacer preguntas? —su mano se deslizó por mi cara y tocó el rastro de sangre seca— Yo creo que no.
Agarró el respaldo de la silla y me levantó con ella con rapidez. Al verme nuevamente en una posición vertical, sentí que la madera se había clavado en mi espalda y me dolía tanto que en el borde de mis ojos podía ver estrellitas.

La chica se sentó frente a mí con la silla del revés y apoyando sus brazos y cabeza en el respaldo.
—¿Has encontrado ya al Relojero? —preguntó.
Sus ojos ambarinos me escudriñaban cuidadosamente, a la espera de descubrir si mi respuesta iba a ser una mentira o una verdad. Negué con la cabeza y bajé la mirada. Los dedos de ella me aprisionaron el mentón y me obligaron a mirarla de nuevo.
—¿Sospechas quién puede ser? —guardé silencio— ¡CONTESTA!
—No —dije con un hilo de voz.

Al hablar la garganta me raspó y sentí que a mi boca acudían flemas que no podía retener. Tosí y la camiseta se manchó con restos de saliva.
—Qué decepción, me dijeron que el hijo de Fernando iba a ser más… —se dio unos golpes en el puente de la nariz— valiente, osado, inteligente…
Entrecerré los ojos al escuchar el nombre de mi padre y los calificativos que me había dedicado. En ese momento fui yo quien la escupí, ella me sonrió mientras se limpiaba la cara.

—Vaya, parece que tienes agallas después de todo. Mira, realmente esto no tiene por qué ser así, yo sólo quiero tener una vida normal y si el Relojero me ayuda, no tengo ningún problema contigo.
—Ya, completamente normal —mi voz sonaba ronca, cada palabra pronunciada me escocía como si acabara de beberme una salsa picante—. Por eso te dedicas a ir vestida de negro, persiguiendo a un chico que no tiene ni idea de que puede viajar en el tiempo para robarle un reloj.

Su risa llenó mis oídos, fue una risa casi sincera como si realmente le hiciera gracia lo que le había dicho.
—Me importa bien poco que estés cabreado conmigo, lo único que quiero es no morir. Creo que cualquiera con dos dedos de frente mataría para ello.
Di saltitos con la silla para acercarme más a ella y dejé mi cara a unos pocos centímetros de la suya. Una de mis manos pudo liberarse de la cuerda que la aprisionaba.
—En eso te tengo que dar la razón.

Moví mis brazos rápidamente y le di un cabezazo en la nariz con todas mis fuerzas. La chica cayó de espaldas contra el suelo, cogiéndose el rostro. Aproveché su confusión para desatarme las piernas y liberarme del todo.
Utilicé la cuerda que me había atado para ponérsela alrededor del cuello y tiré de ella. Profirió un gemido ahogado como si no quisiera darme el gusto de pensar que estaba haciéndole daño.
—¿Cómo te llamas?
—La Hija del Movimiento —murmuró.
—¿Cómo te llamas? —repetí apretando la presión en su cuello.
Su rostro comenzó a ponerse rojo por la falta de aire.
—Nerea —respondió.

—¿Hay más gente en este lugar? —pregunté.
Ella asintió.
Miré a mi alrededor y tiré de ella hacia la ventana más cercana. Arranqué dos tablones y vi que cabía por el hueco que había dejado. Abrí el cristal y trepé llevando a la chica conmigo hasta el borde del alfeizar. Ella forcejeaba para liberarse pero las fuerzas la abandonaban.
Antes de que abandonara el almacén, Nerea me dirigió una mirada fulminante y desapareció ante mis sorprendidos ojos.

El Relojero es un relato inédito y original de Marta Cruces Díaz, administradora del Cuaderno de Ireth 2012

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1 comentario:

Malabaricien dijo...

Así me gusta, acción, acción, acción. Muchas gracias como siempre por compartir con los demás tu historia. Es un verdadero placer leerte, sigue así!