lunes, 10 de septiembre de 2012

El Relojero (X)

El lunes del Relojero regresa al Cuaderno de Ireth con la primera cifra doble del relato, la entrega número diez. Quiero deciros que nos encontramos en la mitad del relato y que espero que lo estéis disfrutando.

Si no habéis empezado a leerlo, os dejo AQUÍ el link al índice para que podáis disfrutarlo, aunque siempre tenéis el banner promocional en la sidebar de la derecha.
Por último, deciros que comentéis y compartáis las entradas para que lo conozca más gente y así hacerme un poco más feliz.



El Relojero

La cuerda caía flácida por la ventana y yo me había quedado con cara de pasmarote al verla desaparecer ante mis propios ojos. Tardé un momento más en recuperarme del shock inicial, entonces dejé de mirar al interior del almacén y me esforcé por concentrarme, tenía que salir de allí antes de ser encontrado.
Me volví a la calle que ya poseía los sonidos típicos de la vuelta de vacaciones. Alcé la mirada hacia arriba y vi el cartel de una agencia de viajes medio roto. Un gran cartel coronaba la fachada especificando “Se vende”.

Salí corriendo mientras me aseguraba de no tener absolutamente nada en los bolsillos, los muy malditos se habían quedado hasta con mi reproductor de música. Algunas personas que paseaban a esas horas se volvían a mirarme porque debía tener un aspecto lamentable entre la sangre y la tierra, además estaba agotado.
Estaba pensando en coger un taxi cuando choqué con alguien y estuve a punto de caerme al suelo.
—¿Marco?
El mareo y el cansancio provocó que cuando miré a quien me había reconocido, viera la figura de Alba multiplicada infinitas veces. Bizqueé tratando de enfocar pero sólo me provocó más malestar, sentí que podría vomitar encima de ella y me llevé la mano a la boca.
—¿Estás bien? —preguntó, las infinitas Albas me miraban con preocupación.

Yo sólo deseaba estar en mi cama o dándome una ducha pero continuaba estando en medio de la calle, huyendo de la Hija del Movimiento y con la sensación de haber olvidado la dirección de mi propia casa.
—Sí, sí, estoy bien —musité lentamente temiendo que hablar rápido provocara que me desmayase allí mismo.
—¿Seguro? ¿Quieres que te acompañe a casa? —insistió.

Pensé que debía tener un aspecto verdaderamente lamentable para que se preocupara de ese modo pero volví a decirle que me encontraba bien. Di un paso hacia delante para seguir mi camino y las piernas me fallaron.
—Tú no estás bien así que deja de hacerte el gallito —repuso agarrándome con propiedad—. Venga, apóyate en mí.
Miré hacia atrás, pensando en si alguien me había seguido y podría estar poniendo en peligro a Alba pero recordé que siempre que había sido atacado, había ocurrido sin nadie alrededor. Pasé el brazo por los hombros de ella y apoyé parte de mi peso. Alba puso su pequeña mano en mi cintura y me recorrió un escalofrío que achaqué a mi malestar general.


Cuando nos despedimos en la puerta de mi casa quise darle las gracias pero no me dio oportunidad porque tuvo que salir corriendo a hacer los recados que yo le había interrumpido. Entré en el refrescante portal donde una familia amontonaba sus maletas de la vuelta de vacaciones. Les saludé sin mucho interés y fui directo al último ascensor.
Estando dentro me apoyé en el espejo con los ojos cerrados, sintiendo como me latía la cabeza y como cada músculo del cuerpo me pedía algo de descanso. Al llegar al descansillo de mi piso escuché el picaporte de mi casa abriéndose.

La figura de mi padre apareció en el umbral y me miró con la boca entreabierta, se quitó las gafas para después frotarse los ojos llorosos. Salió a mi encuentro y me abrazó como nunca lo había hecho. Yo me abandoné en sus brazos, sintiendo como me desvanecía y necesitaba ser cuidado.

Se separó muy poco y me agarró de las mejillas.
—¿Qué te ha pasado? Estaba muerto de preocupación, te he llamado mil veces y no me lo has cogido.
—Fernando, deja que el chico pase y así nos lo explica —interfirió mi abuelo.
Le dirigí una mirada de agradecimiento porque yo no habría sido capaz de pronunciar ni una sola palabra en ese momento.

Entramos en casa y me tiré en el sillón, sintiéndome seguro por primera vez desde esa madrugada. Mi padre y mi abuelo me observaban desde otros asientos, esperando pacientemente a que me explicara. Me llevé una mano a la frente y les conté lo que había ocurrido. Las palabras que pronunciaba eran arrastradas y no se deslizaban, como si les costara abandonar mi boca de lo cansado que me encontraba.

Preferí no contarles que me había encontrado con Alba porque yo seguía sin saber si había hecho bien en dejar que me acompañase.
—Entonces ya están detrás de ti y lo saben todo —meditó mi padre.
—¡Tienen hasta sus llaves de casa, Fernando!
—Eso no importa, cambiaremos la cerradura esta misma tarde. Me preocupa más que tengan su teléfono. Ahí está casi toda la vida de Marco, sus amigos, absolutamente todos sus datos personales y el acceso a…
—Mi correo, mi Facebook, mi Twitter… todo —susurré sintiendo cada vez más pulsaciones en mi cabeza.
—Eso también podemos arreglarlo rápido, se cambian las contraseñas o se cancelan directamente. Siempre te he dicho que todas esas cosas son una tontería y sólo traen problemas —argumentó mi padre.
—¿Entonces qué hago? —pregunté.
—Primero vamos a curarte todas esas heridas, quizás deberíamos llamar al Doctor Ruíz para ver si tienes alguna fractura —contestó mi padre mirando a mi abuelo.

Él asintió y se puso a marcar un número en el inalámbrico de casa. Después se sucedió una conversación que apenas escuché porque estaba demasiado centrado en mi propio dolor. Mi padre se arrodilló frente a mi sillón y comenzó a tocar mi cuerpo en busca de los daños.
—Papá… esa chica desapareció delante de mis narices, la tenía agarrada y se escapó —expliqué aún trastornado.
—Lo sé, yo también lo he visto. De ahora en adelante, lo que tienes que aprender es a no dejar pasar el suficiente tiempo como para que salte de lugar.
Pensé en pedirle que me explicara más pero el dolor que me despertaban sus manos acabó por ser demasiado fuerte como para aguantarlo y perdí el conocimiento.

El Relojero es un relato inédito y original de Marta Cruces Díaz, administradora del Cuaderno de Ireth 2012
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1 comentario:

Malabaricien dijo...

Como siempre, muchas gracias, un relato genial. Lástima que la gente no se anime a comentar más ahora que estamos en la mitad del relato para que digan qué les parece a ellos